Ed. Smolbooks.com, México 2024
Autora: Claudia Salazar Jiménez, presentado en el pabellón Perú, FIL Guadalajara 2024 (Comentario: Hernán Santiváñez Guija, un lector)
El libro comienza con unas cortas crónicas, en donde la autora describe su salida del Perú como una becaria para obtener un doctorado en Literatura en Estados Unidos. La autora retrata el costo emocional de ser aceptada, el sentir el desarraigo inicial en la piel y en el cerebro. Porta dos maletas convertidas en personajes sujetos a escrutinio aduanal, enfrentada al reto de insertarse socialmente. Las primeras páginas sugieren un tono «Viaje a la semilla» de Carpentier, registrando instantes de vida. No fue así. Acude a un supermercado inmenso. Emplea sal en la sopa, y agua y sal en el rostro, un elemento simbólico. La sal cicatriza la herida diaria y ella se fortalece. Compra un pan de costra dura, el pan es la alegoría de lo fecundo.
A pesar del dominio del idioma, lo oye distinto en NYC, en donde cada vertiente cultural del mismo USA y de otras latitudes lo pronuncia con un distinto acento. Paciente, asimila y respeta la distancia física con el prójimo, administra los contactos visuales. Se anima a caminar para interiorizarse del espíritu de una ciudad y su mirada poética recuerda a una gaviota y el efecto del sol tardío en unas cortinas semiabiertas, que enriquece lo leído de Muñoz Molina en «Ventanas de Manhattan».
Graduado, un becario enfrenta una opción. ¿Intentar el ingreso al mercado laboral estadounidense, o retornar a la Patria? Claudia Salazar decidió quedarse y conquistar un espacio por sus logros académicos y su don de gentes. Sin querer, advierte un deslinde en una entrevista. Para la reclutadora, no nació en USA. Era distinta, una migrante. Y se lo hicieron sentir. En California observa los jardines en un mosaico de trozos de piedra y césped. La piedra es la fortaleza. La sequía impone cambios, las plantas son seres vivos que reaccionan como el ser humano ante la escasez de agua y la autora reconoce a los cactus o suculentas, especies preciadas por su capacidad de mantener el balance hídrico en sus estomas.
Todo migrante vuelve al ombligo. La autora en Lima descubre que los años avanzan, come chanfainita, pero tímida se inhibe ante los padres el contar aspectos de su vida privada. La migración, no solo es de los becarios. Existen los profesionales contratados por empresas u organismos internacionales, una incesante gitanería. El desajuste es mayor si se lleva a la familia ya que ese migrante necesita demostrar que produce desde que desciende del avión. Retorna feliz en «home leave», pero el retorno definitivo puede significar una sorpresa. Escasean los amigos, se le observa con ojos distintos. En cada retorno, los migrantes ruegan fervientemente que un viaje no obedezca a la llamada urgente de un celular, y en cada despedida el temor disimulado viaja como polizón en el bolso de mano. A los dos citados grupos de migrantes becarios y expatriados, se le debe añadir la legión de los migrantes indocumentados. Para ellos no hay pañuelo para las lágrimas, ni «home leave» y sí una abundante xenofobia. Realizan un viaje de ida que demanda coraje, una resistencia a toda prueba y la comprensión de aquellos que tenemos más por la experiencia acumulada.
San Isidro, diciembre 2024.